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CONOCIMIENTO DEL SENTIDO CULTURAL ARQUITECTÓNICO NACIONAL

Según decreto 503-’88, y por solicitud del Grupo Nuevarquitectura, esa es la fecha conmemorativa del Día de la Arquitectura Dominicana. Fue establecida en vísperas de la 2da. Bienal de Arquitectura de Santo Domingo.

Foto: mr_AlGa
 Inmediatamente surge una pregunta:

 ¿Hay arquitectura dominicana?

Si la hay, pero no es del agrado de las publicitarias ni de las academias universitarias, ni de los textos ni de las doctas discusiones. En estos dos mundos antojadizos (oriente y occidente) donde nos ha tocado vivir, se potencian los atributos y atractivos formales de la arquitectura (más que los espaciales) mientras se ha desarrollado una permanente obnubilación, una exasperante fascinación por la gran arquitectura de la alta tecnología, la inalcanzable para nuestras realidades sociales y económicas-humanamente hablando.

Todos los pueblos tienen su arquitectura, pero se las trastruecan y tergiversan por modalidades pasajeras, en ocasiones, y por tendencias grandilocuentes, en otras, que terminan tipificando maneras de acción arquitectónica en lo que se denominan tipologías y que de tantas exaltaciones, muchas muy validas, realizadas mediante diversos recursos entre los que sobresalen los libros, revistas y ahora documentales y vídeos, acaban siendo el estandarte de identidad que sin representar las mayorías, copan la atención mundial y nos desvirtúan el real conocimiento del sentido de cultura de las auténticas arquitecturas nacionales, o de sitios y lugares. Estas son las sintomáticas y no conocen ambigüedades, incluso reclaman, subliminalmente, su espacio en el acendro hereditario humano, al través de los vasos comunicantes de la nostalgia y la historia con sus recuerdos.

Fue lo que le pasó a un niño nacido en lo que para entonces era un hogar acomodado, que nació en una vetusta casona del siglo XVI,

al nordeste del diagonal opuesto al ábside del templo del convento de Los Dominicos en la zona Histórica y Monumental de Santo Domingo. Su nombre no importa ahora, su infancia sí. Aquella discurrió aparentemente plácida hasta que empezaron los traslados de su padre, diplomático de principios del siglo pasado, que, en gestiones propias de su cargo, había conocido en Cuba a la que fue su esposa. Interesado en la odontología, además de haber pretendido ser hacendado, el estudiante, Cónsul y padre del niño, que todavía no tenía un año, tuvo que regresar a Cuba en 1901 donde nació su segundo retoño, una hija, en 1902. De allí fue trasladado a Filadelfia donde les nació un segunda hija, en 1904. El segundo hijo les nació en New York, en 1906 y al siguiente año se recibiría de Odontólogo en Penn University, lo que esperaba para regresar a Santo Domingo.

La Habana en plena efervescencia urbana heredada del siglo XIX, Filadelfia más grande que Chicago y Washington, y New York en el inicio de su crecimiento en altura (pero menor en extensión que Filadelfia), eran el registro mental del pequeño primogénito que regresaba sin saberlo a su lugar de origen sin cumplir 7 años pero acumulando unas enriquecedoras experiencias visuales. Lo inscribieron en el exclusivo colegio católico Santo Tomás donde estuvo hasta 1915, y en 1917, oficialmente adulto, ingresó en la sección de Diseño del Ministerio de Obras Públicas como delineante. Allí estuvo hasta 1921, ya un adulto para EUA, hacia donde se marchó para estudiar Arte en Columbia University, donde agotó todo el 1922. Estando allí trabajó en Dennison & Hirons – Archits, de New York City, entre 1922 y 1924; luego de 1924 a 1927 lo hizo con los contratistas especialistas en construcciones de bancos E. A. Ohmer Co., y al final, simultáneamente, mientras estudiaba arquitectura en Yale, trabajaba «overtime» para Eugenen Schoen Arch & C. Leavitt & Son, de 1926 a 1927. Todo esto aparece registrado en su ficha de inscripción en Yale, y se hace consignar como «experiencia laboral».

Se graduó de 30 años y tardó 6 años más para regresar a su patria, lo que hizo ya casado con una malagueña, la que conoció visitando a su padre, adscrito en España de 1931 a 1944, en los duros años de preguerra y guerrra civil (1936-39). Cuando ya por fin, tras 15 años de continua estadía fuera de su país (donde incluso resistió una gran tragedia familiar que le arrebató a un hermano y a una hermana, en 1929), el que naciera en 1900 regresaba a su lar nativo, y lo primero que hizo fue su casa en terrenos de la familia.

No se hizo una casa moderna, neo hispánica, en respuesta «nacionalista» a las bungaló que trajeron los gringos; se hizo una casa popular, del tipo más dominicano posible, en madera y techos a varias aguas, en dos pisos, con los garajes debajo y con ventanas blancas como nubes, que abrían hacia afuera. Con apenas media galería frontal orientada al sur, quería desde allí, ver pasar las tardes hacia los ocasos que había perdido entre rascacielos inverosímiles, y todo lo pintó de verde naturaleza y azul cielo. Había regresado en todo el sentido de la palabra, y quiso recrear sus borrosos y nostálgicos recuerdos yendo a las fuentes culturales de su propia existencia y origen, la que no podía reconocer de tantos cambios, pues había salido de Santo Domingo y había regresado a Ciudad Trujillo. El malecón y el obelisco marcaban la diferencia en vano intento por fraternizar con las metrópolis.

Ahora si importa su nombre porque a él se le dedica el Día de la Arquitectura Dominicana: Francisco Guillermo González Sánchez, mejor olvidado como Guillermo González, el del Parque Ramfis, el Copello y el auténtico Jaragua, entre otras obras de trascendencia, muchas ya desaparecidas por el equivocado desarrollo y peor interpretado progreso…  

fuente: imagenesdenuestrahistoria

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