Según decreto 503-’88, y por solicitud del Grupo
Nuevarquitectura, esa es la fecha conmemorativa del Día de la Arquitectura
Dominicana. Fue establecida en vísperas de la 2da. Bienal de Arquitectura de
Santo Domingo.
Inmediatamente surge una pregunta:
¿Hay arquitectura dominicana?
Si la hay, pero no es del agrado de las publicitarias ni
de las academias universitarias, ni de los textos ni de las doctas discusiones.
En estos dos mundos antojadizos (oriente y occidente) donde nos ha tocado
vivir, se potencian los atributos y atractivos formales de la arquitectura (más
que los espaciales) mientras se ha desarrollado una permanente obnubilación,
una exasperante fascinación por la gran arquitectura de la alta tecnología, la
inalcanzable para nuestras realidades sociales y económicas-humanamente
hablando.
Todos los pueblos tienen su arquitectura, pero se las
trastruecan y tergiversan por modalidades pasajeras, en ocasiones, y por
tendencias grandilocuentes, en otras, que terminan tipificando maneras de
acción arquitectónica en lo que se denominan tipologías y que de tantas exaltaciones,
muchas muy validas, realizadas mediante diversos recursos entre los que
sobresalen los libros, revistas y ahora documentales y vídeos, acaban siendo el
estandarte de identidad que sin representar las mayorías, copan la atención
mundial y nos desvirtúan el real conocimiento del sentido de cultura de las
auténticas arquitecturas nacionales, o de sitios y lugares. Estas son las
sintomáticas y no conocen ambigüedades, incluso reclaman, subliminalmente, su
espacio en el acendro hereditario humano, al través de los vasos comunicantes
de la nostalgia y la historia con sus recuerdos.
Fue lo que le pasó a un niño nacido en lo que para
entonces era un hogar acomodado, que nació en una vetusta casona del siglo XVI,